La mirada que vuelve

La mirada del otro es un territorio inexplorado e inefable, por eso lo llenamos de sentido ¿Cómo? Otorgándole el poder de nuestra propia mirada.


Investigando, probando, en la interacción con mis alumnos, escuchándolos, voy tomando conocimiento de los sentimientos que les generan las distintas experiencias por las que atraviesan, voluntaria u obligadamente, impelidos por la necesidad de superarse.
Está en nuestra naturaleza buscar algo nuevo, pero algunas veces son nuestras obligaciones cotidianas las que nos imponen la obligación de hacerlo, adelantando procesos personales, tal vez forzándolos. Muchas veces esto es positivo, otras no tanto.
El nivel de exposición al que es capaz de llegar un actor no implica necesariamente que no se trate de una persona tímida y pudorosa en su intimidad o en el cotidiano de sus relaciones interpersonales. Entonces ¿Qué es lo que le permite manifestarse con tanta soltura frente al público? ¿Es su memoria privilegiada? ¿Es un ser excepcional? ¿Disfruta el actor de esta situación?
Detrás del trabajo de los profesionales de la actuación hay muchos años de estudio, preparación, esfuerzo, entrenamiento. ¿Para qué? Yo tengo una hipótesis: para modificar la mirada que tiene de sí mismo. Sea cual fuere el recurso que utilice para hacerlo  (ya sea que termine identificándose con su personaje, con la trama de situaciones que desarrolla el relato o la precisión de su cuerpo en la escena al expresarse en una coreografía perfecta) el actor se entrena en la aceptación de sí mismo y se entrega a su rol. Entonces fluye. Si fluye, disfruta.
Esto no es algo que se pueda forzar.
Casi todos mis alumnos de «Hablar en público. Técnicas teatrales aplicadas a la comunicación» me ha relatado en algún momento la sensación de «hacer el ridículo» que les generan los «juegos» propuestos en los cursos a los que han debido asistir para cumplir con capacitaciones laborales, luego de los cuales les quedó «en claro» que la comunicación no es lo suyo. Algunos se han sentido humillados, heridos en su orgullo personal, sobre todo porque (terminada la capacitación) ellos deben seguir trabajando a diario con aquellas personas que los vieron «fallar» en ejercicios de alta exposición.  ¿Por qué se han sentido así? ¿Qué detalle no ha sido cuidado lo suficiente para que eso suceda?
Recordemos que no se trata de instancias de examen en una universidad (para lo que también podemos prepararnos), sino que se trata de talleres de capacitación impartidos en empresas, cuyo objetivo principal es facilitar la comunicación laboral e interpersonal de los empleados y «desbloquear» las trabas que aparecen, ante una mayor necesidad en el mundo empresarial actual de exposiciones orales y presentaciones ante el público.
¿Cómo podemos trabajar entonces sobre estos bloqueos?
Yo creo en el auto-cuestionamiento y la auto-evaluación saludable de nuestros hábitos y comportamientos, creo en el auto-conocimiento, en la reflexión permanente acerca de uno mismo, con el objetivo de reformular nuestra mirada (volviéndola sobre nosotros mismos de manera más comprensiva), creo en el registro consciente de nuestro cuerpo, sus acciones y la manifestación de los sentimientos, creo en un trabajo que vaya dilucidando las causas y no tratando de tapar los efectos: usted debe pararse así, no mueva las manos, no titubee, haga esta o aquella pose, etc. Esto solo produce un bloqueo mayor en el comunicador, ya que además de recordar su presentación (que es suya y le pertenece, por lo tanto debe apropiársela y defenderla y para eso deberá comprenderla primero) ahora también se ve obligado a seguir una coreografía rígida impuesta por la mirada de los otros, a la que le otorga un peso tal que solo consigue quedar aplastado.

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